Portada del libro El modo de existencia de los objetos técnicos

El modo de existencia de los objetos técnicos, Gilbert Simondon

1960

Redefine la técnica como evolución autónoma, no solo herramienta. Critica la visión instrumentalista y destaca su influencia cultural, proponiendo su rol esencial en el desarrollo, comparable al arte.


La Danza de los Objetos Técnicos: ¿Somos Esclavos o Cómplices de Nuestras Creaciones?

En un mundo donde los algoritmos dictan rutas, las máquinas aprenden a soñar y los robots cocinan sushi, la pregunta ya no es si la tecnología nos domina, sino cómo negociamos nuestra humanidad en este ballet de acero y silicio. Gilbert Simondon, en su obra El modo de existencia de los objetos técnicos (1958), anticipó este dilema décadas antes de que los smartphones colonizaran nuestros bolsillos. ¿Acaso nuestra obsesión por controlar la técnica nos ha cegado para entenderla como un reflejo vivo de nuestra propia evolución?


El Latido de la Máquina: De la Abstracción a la Concretización

Simondon propone que los objetos técnicos no son meras herramientas inertes, sino entidades en constante proceso de individuación. Inician como objetos abstractos: ensamblajes de piezas aisladas, como los primeros motores de combustión, donde cada componente funcionaba de forma independiente, casi ajena a los demás. Pero con el tiempo, atraviesan una concretización: las piezas se integran en un sistema sinérgico. Un motor moderno no es solo cilindros y bujías; es un organismo donde el enfriamiento por aire regula la temperatura mientras optimiza la rigidez estructural.

"El objeto técnico concreto es aquel que ya no está en lucha consigo mismo", escribe Simondon.
¿Qué sucede cuando una máquina deja de ser un artefacto para convertirse en un ser con lógica interna?

Este viaje de la abstracción a la concretización refleja nuestra propia relación con la tecnología: de usar herramientas a coevolucionar con sistemas autónomos. Hoy, un algoritmo de IA como GPT-4 no solo procesa datos; aprende, se adapta e incluso comete errores creativos. ¿Estamos presenciando el nacimiento de una tecnicidad viva?


El Espejo Roto: Cultura vs. Tecnología

Simondon critica la brecha artificial entre cultura y técnica. La primera, dice, se erige como un "sistema de defensa" que niega la realidad humana encapsulada en las máquinas. Mientras glorificamos el arte y la filosofía, relegamos a los objetos técnicos al reino de lo utilitario, ignorando su papel como mediadores entre naturaleza y sociedad.

"La cultura está desequilibrada porque reconoce ciertos objetos, como el estético, y rechaza otros, como los técnicos".
¿Por qué celebramos un cuadro de Van Gogh pero tememos a un dron autónomo?

Esta dicotomía resuena hoy en debates sobre ética digital y privacidad. Las redes sociales, por ejemplo, son vistas como meras plataformas de entretenimiento, no como arquitecturas que reconfiguran nuestra psique colectiva. Al negar su estatus de "objetos culturales", perdemos la capacidad de dialogar críticamente con ellas. Como advierte Simondon, sin una tecnología integrada a la cultura, caemos en la alienación o la idolatría: o bien demonizamos a las máquinas, como en distopías cinematográficas, o las fetichizamos, como en el culto a Silicon Valley.


El Ritmo de la Evolución: ¿Progreso o Hipertelia?

La hipertelia —la sobreadaptación de un objeto técnico a un fin específico— es otro eje clave. Simondon alerta sobre sistemas como los aviones a reacción, tan especializados que dependen de pistas interminables, perdiendo flexibilidad. Hoy, esto se traduce en plataformas digitales cerradas: Instagram optimiza la atención, pero ahoga la serendipia; los algoritmos de recomendación nos encarcelan en burbujas.

"La máquina, obra de organización, es lo que se opone al desorden, como la vida".
¿Estamos construyendo máquinas que imitan la vida o que la sofocan?

El riesgo no es la tecnología en sí, sino su evolución desacoplada de una ética de la adaptabilidad. Ejemplos positivos existen: la código abierto y la hardware modular siguen el principio simondoniano de apertura funcional, donde los objetos técnicos conservan un "margen de indeterminación" para dialogar con entornos cambiantes.


El Fantasma del Robot: Mitos y Realidades

Simondon desmonta el mito del robot autónomo, ese "androide sin interioridad" que puebla el imaginario colectivo. Para él, la verdadera máquina no es un esclavo, sino un intérprete activo que requiere la mediación humana, como un director de orquesta que harmoniza instrumentos.

Hoy, esto se plasma en la colaboración humano-IA: sistemas como ChatGPT no piensan, pero amplifican nuestra capacidad creativa si los usamos como herramientas dialógicas. El peligro, como señala el filósofo, está en proyectarles una agencia que no poseen: "Abdicamos frente a ellas y les delegamos nuestra humanidad".

¿Es Siri una asistente o una ilusión de compañía?
La respuesta define si habitamos un mundo de técnica concreta o de ficciones tecno-líricas.


Hacia una Alquimia Transindividual: Simondon en el Siglo XXI

La vigencia de Simondon brilla en debates como la sostenibilidad tecnológica. Su llamado a integrar la técnica en la cultura encuentra eco en movimientos como el diseño regenerativo, donde los objetos técnicos —desde paneles solares hasta turbinas eólicas— se conciben como nodos en ecosistemas mayores, no como entidades aisladas.

Además, su noción de transindividualidad —la red de relaciones que supera al individuo— anticipa teorías contemporáneas como el actor-red de Bruno Latour, donde humanos y no humanos co-construyen realidad. En la era del metaverso y los gemelos digitales, esta visión urge repensar la agencia: ¿Somos usuarios o simbiontes de lo técnico?


Conclusión: ¿Técnica como Espejo o como Laberinto?

Simondon nos invita a ver la técnica no como un adversario, sino como un espejo deformante de nuestra evolución. En sus palabras, "la máquina es el extranjero en el cual está encerrado lo humano". La pregunta final no es si dominaremos a las máquinas, sino si tendremos la valentía de reconocernos en ellas.

¿Estamos listos para bailar con nuestros propios reflejos de acero, o seguiremos tropezando en el laberinto de nuestra propia creación?
La respuesta, quizás, yace en aprender a escuchar el latido concreto de los objetos que hemos dado a luz.


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