Escribo este texto pensando en la coordinación. Una oscura intuición me dice que hablar en este nivel de generalidad es lo que el artículo requiere. Me llama a ejercer mi fe en ella y respondo al no decantarme por describir particularidades de no sentirlo necesario. En todo acto comunicativo hay un balance entre el nivel de detalle que se utiliza y la amplitud de la visión que se expresa. Este es fruto de una decisión. Los criterios para determinar si un punto es balanceado en el espectro dicotómico de detalle/amplitud deben en última instancia tomarse en cuenta en un momento determinado. El crédito que la propia persona le da a este instante de juicio corresponde a un aspecto operativo de la fe, y corporalmente hablando, ese momento de 'dar crédito' corresponde al momento en el que decido escribir ya sea una palabra u otra. Digo que esto es corporal porque el momento sucede cuando mis dedos teclean estas palabras. La sensación del acto viene a través de la yema de mis dedos. La acompaña la del viento en mis brazos y la de mi pierna sobre mi pierna. También hay un aspecto equivalente en el proceso de edición, es decir: leer críticamente también posee aspectos físicos. La sensación de mi dedo índice derecho sobre mi boca y la punta de mi nariz, por ejemplo. Mi hombro derecho sobre mi palma izquierda. Todo esto dentro del mismo edificio en donde las voces del taller de escritura a donde voy me dijeron que extendiera la corporalidad presente en este párrafo.
Este texto, sin embargo, intenta ir más allá de una agrupación particular. En mi desenvolver cotidiano interactúo con distintas comunidades. Cada una de ellas suele tener en su centro un interés o un dominio técnico. Estos centros parecen ser puntos de partida para la interacción social, que a la vez la delimitan. La forma concreta de estos centros suele ser un canon de autores, problemas o lenguaje compartidos. Mi persona es un vínculo entre estos distintos centros, así como las demás personas son vínculos entre los centros de comunidades en las cuales se desenvuelven. Al conocer a los demás humanos con quienes me encuentro en estas distintas cotidianidades, me doy cuenta de la posibilidad de colaboración entre ellos. Esa posibilidad, que para mí es tan clara, a menudo es oscurecida por la fricción que genera la diferencia de los centros alrededor de los que orbitan. Los mismos elementos que son la fuente de interacción se vuelven la barrera para ella. Nunca he sentido que esto sea por una carencia cualitativa de un canon respecto de otros, como si hubiera jerarquías entre los distintos elementos fundamentales de cada comunidad. Creo que es más que los elementos constitutivos de una comunidad siempre intentan ser, desde mi perspectiva, una aproximación a lo sagrado. El conflicto, entonces, no sucede porque una aproximación sea mejor a otra, sino por la inaproximabilidad misma de lo sagrado. El conflicto de la torre de Babel.
Esto me lleva a hablar de mi amigue, llamade Babel. La aparición de su nombre en este texto fue totalmente providencial, en el sentido de que no tenía una intención premeditada de hablar de elle. Mis charlas con elle fueron, sin embargo, una piedra angular en mi práctica escritural actual. Durante meses esbozamos las semillas de un artículo que pretendíamos titular **El metamodernismo como nombre**. La idea fundamental era concebir al metamodernismo como una práctica que emanaba del solo acto de interactuar con la palabra metamodernismo. Si el posmodernismo representa la caída en pedazos de los ideales modernistas, el metamodernismo intenta volver el retrato de esa división el elemento fundacional de una nueva unidad. Análogamente, el relato de la torre de Babel, al retratar el división que generan las formas que se aproximan a lo sagrado, se vuelve él mismo una metaforma para aproximarse a lo sagrado. De la misma manera, este texto genera división al hundirme en la particularidad de la experiencia de tener une amigue llamade Babel. Pero esa particularidad, que podría ser origen de división, se vuelve en cambio un punto de partida para la iluminación de una unidad de orden nuevo.
Consideremos la palabra Babel. La relación que cada persona tiene con esta palabra es distinta para cada una. Los detalles de cada vida dan una iluminación personal sobre la palabra. El testimonio de la parcialidad de mi visión ya lo he ejemplificado, pero podría imaginar ser alguien distinto a mí. En ese caso la experiencia de la palabra sería distinta. El texto, por más pequeño que sea, se vuelve un referente compartido para asignar distintas perspectivas. En este caso el texto es tan solo una palabra. La misma idea estaba presente mi esbozo de colaboración con Babel. Buscábamos describir cómo era que la sola meditación de la palabra **metamodernismo** ya era en sí misma una práctica metamoderna. Esta idea también está presente en este artículo. Podemos pensar en el hecho de que las conversaciones o discusiones suelen orbitar alrededor de referentes que las distintas personas tienen en común. Este hecho lo suelo pensar como el **metarreferente**. He pasado ya bastantes horas contemplando el **metarreferente** y lo que sobresale de la cosecha de esta práctica es una incomodidad. Es la que siento con el hecho de que para referirme a **él**, necesito hacer uso de una palabra. Sin embargo, mi experiencia con **él** me permite testimoniar el trayecto recorrido al buscar cristalizar formas que incentiven la cooperación de los distintos agentes con los que interactúo. El mero hecho de poder referirme al **metarreferente** de manera tan explícita es la cristalización de una forma, en donde la forma es la palabra misma.
Este artículo es otra cristalización, ésta siendo una respuesta a una frustración. Como he ejemplificado con el **metarreferente**, los últimos años he estado en la búsqueda de elementos constituyentes que puedan ser compartidos por personas de circunstancias generales. Esta búsqueda me ha llevado a explorar distintos tipos de identidades, que son un tipo de cristalización de búsquedas. Entre estas identidades han estado las que surgen de narrativas científicas o matemáticas, narrativas de pueblo o lingüísticas, narrativas doctrinales o de canon de pensamiento, narrativas de intereses compartidos, entre otras. El problema con cada una de ellas es recurrente: una vez que se delimitan los elementos constituyentes, la soltura de los individuos dentro de cada narrativa se vuelve fricción en la interacción con los individuos de las otras narrativas. La soltura en un dominio es fruto de una familiarización con las particularidades profundas de ese dominio. Sin embargo reitero: Lo que une los distintos dominios en los cuales interactúo es mi propia persona. La familiaridad que las distintas comunidades sienten hacia mí se vuelve un eje de coordinación; me vuelvo una coordenada compartida. Cada una de estas comunidades suele decirlo de distinta manera, pero no tengo duda de que cada una representa en su propio lenguaje la misma verdad esencial de una manera u otra: la vida humana tiene dignidad en sí misma.
En mi propia enunciación de ello hay limitantes. Me siento llamado, sin saber bien por qué, a hablar de la vida humana más que de la vida en general. Escribo este texto en castellano, que ya limita el alcance del texto. Además, de una manera u otra tengo en mente principalmente a aquella gente que me conoce y me lee. Sin embargo, estas limitaciones son a la vez condiciones para la efectividad de la fe que ejerzo. Si no fuera consciente de lo parcial y limitado que soy, el testimonio de la fe que tengo a pesar de ello no sería tan fértil como siento que lo está siendo. Este artículo intenta principalmente asertar que confío que mis esfuerzo por escribirlo rendirá buenos frutos.